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La entrevista con Arrufat o hacen falta más de siete contra Tebas

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Tengo mis dudas sobre si estará bien opinar a partir de la versión escrita de la entrevista con Antón Arrufat en Con 2 que se quieran, de Amaury Pérez Vidal, que transmitiera la Televisión Cubana este martes, o esperar a su retransmisión. No pude ver el programa, y sé que no es lo mismo la lectura plana de un diálogo que los matices, intenciones y gestualidad de la conversación. Sin embargo, al menos sobre un punto no puedo evitar discrepar en algo.

Tomo del texto de Cubadebate la pregunta más extensa que le hicieron al Premio Nacional de Literatura, y la reproduzco:

Antón Arrufat y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí (tomada de Cubadebate)

Amaury. De todas maneras, aquí nosotros hemos tenido como invitados —lo sigo provocando—, hemos tenido como invitados a personas que profesan diversas religiones, que en un momento determinado aquí ni se hablaba de eso.

Pero por ejemplo, aquí hemos tenido personas que tienen preferencias sexuales diversas y nadie, nadie, teniendo toda la libertad del mundo para hablarlo, nadie lo asume. Nadie dice: No, yo vivo con un compañero, en el caso de un hombre. En caso de una mujer: Yo tengo una amiga con la que vivo, una novia. La gente no dice esas cosas tampoco en televisión. O sea, quizás por eso, porque también, dentro de uno dice: ¿qué van a decir mis vecinos?, ¿qué van a decir mis amigos?, ¿qué van a decir, en el caso suyo, mis lectores? Eso también ocurre en los personajes no públicos, pero en los públicos ocurre con mucha más gravedad. ¿Estaría de acuerdo usted con eso o no?

Arrufat. Yo creo que sí, por eso son personajes públicos, porque si no, no lo serían.

Lo primero que me sorprende es la afirmación del conductor del espacio sobre la supuesta autocensura de las personas en Cuba —sean figuras públicas o no— para admitir en televisión cuando tienen una orientación sexual que no es la heterosexualidad hegemónica, como si fuera de la exclusiva responsabilidad de nosotros, y viviéramos en el mejor de los mundos posibles en relación con el abordaje del tema en los medios de comunicación.

No voy a cuestionar siquiera que los entrevistados del programa de Amaury tengan “toda la libertad del mundo para hablarlo”, pero no comparto la idea de que quienes no admiten sus “preferencias sexuales diversas” tengan la responsabilidad absoluta sobre ese fenómeno.

¿Por qué la orientación no heterosexual y la identidad de género que no está en correspondencia con los órganos sexuales de los individuos, son un motivo para singularizar a las personas? Ya sabemos que ello obedece a la discriminación histórica hacia estas formas disidentes de amar o de ser, la cual es universal y obedece a un modelo de poder patriarcal y rígido —anclado además en los patrones culturales— que en el caso de Cuba produjo episodios “grises” —más bien negros— mencionados en varios momentos de esta sabrosa conversación con Arrufat, aunque sin detallarlos tal vez lo suficiente.

Pero como mismo admitieron, tanto el entrevistador como el entrevistado —víctima él de esos prejuicios en épocas pasadas—, “los tabúes sexuales que tiene el pueblo de Cuba”, habría que decir que los medios de comunicación todavía no ayudan mucho a romper esos estereotipos.

Cuando en nuestro país alguien sobresale por su trabajo y talento en cualquier esfera de la cotidianidad, no goza del mismo tratamiento en la prensa escrita, radial o televisiva si es heterosexual, que si no lo es. En el primer caso es muy cómodo presentar sus referentes familiares como garantía de su éxito profesional o de otro tipo, con orgullo y naturalidad, sin sonrojo y a veces hasta sin límites

Por ejemplo, en ese mismo espacio de Con 2 que se quieran, hace poco pudimos ver a un brillante músico cubano hablar en detalle de todos sus matrimonios, y hasta llamar “locas” a dos de las mujeres con quienes compartió su vida, sin que a casi nadie al parecer le resultaran extrañas o chocantes tales referencias excesivamente desenfadadas. Así, la vida íntima o familiar de estas personas que cumplen con la “norma” casi nunca es un asunto privado e intocable, al contrario.

Sin embargo, cuando el personaje destacado es un gay o una lesbiana, silencio absoluto Y ni hablar de las personas transexuales, porque a la mayoría de ellas la propia discriminación que han padecido desde su niñez les ha hecho casi imposible hasta ahora sobresalir más allá del espectáculo de transformismo o de su labor como promotoras de salud.

En estas oportunidades, más frecuentes quizás de lo que imaginamos, en que el centro del interés es una persona LGTB y los medios podrían aprovechar su historia para ayudar a entender que la orientación sexual y la identidad de género no guardan relación directa con los valores más admirados socialmente ¿qué sucede? ni quienes tienen que preguntar respetuosa, pero directamente, lo hacen; ni quienes pudieran revelar esa parte que los completa como seres humanos, lo creen prudente o necesario para explicar sus resultados o méritos individuales.

Me consta, además, que cuando existen esas mujeres y hombres capaces de manejar en público su condición no heterosexual como algo natural, no siempre esa valiosa disposición la aprovechan los medios. Conozco al menos un espacio televisivo cubano donde recientemente entrevistaron a una pareja gay, excelentes profesionales ambos en sus respectivos campos, quienes abordaron su vida en pareja como un aspecto más de su existencia. Sin embargo, han pasado varios meses de su grabación y aún el programa no ha salido al aire, y no me parece ya que vaya a suceder.

En cuanto a la esquiva respuesta de Antón Arrufat, parecería por lo expresado en sus palabras que esos fantasmas del pasado todavía podrían tener consecuencias negativas sobre la popularidad, aceptación o reconocimiento social de quienes aborden en Cuba su orientación no heterosexual en la televisión u otro espacio público, con franqueza y sin aspavientos. Y no dudo incluso que ello pueda ocurrir en alguna medida y en determinados contextos, pero querría pensar que tal vez ya no sea tan absolutamente exacta esa reserva.

Por supuesto, no cuestiono el derecho de cada cual a hablar sobre su vida personal cuando, como o con quien lo estime pertinente, ni soy de los que favorecerían hacer de las preferencias sexuales u otras intimidades uno de esos lamentables espectáculos a la usanza de otras sociedades y televisoras, que muchas veces resultan en una especie de nueva cacería de brujas sobre salidas del closet o en un show mediático más relacionado con las necesidades del mercado y la vanalización del gusto popular que con los verdaderos sentimientos.

No obstante, considero que en Cuba esa contención o invisibilidad extrema, incluso entre figuras públicas renombradas a quienes nadie se atrevería a cuestionar por hablar con espontaneidad sobre sus familias o afectos no tradicionales —un derecho que tenemos todos, por cierto, no solo esas “personalidades”—, parte también de una noción discriminatoria que sumerge irremediablemente a esas otras variantes sexuales, a veces por la propia voluntad del individuo que sufre esos prejuicios, en el terreno infranqueable de lo privado/ prohibido/ censurado/ estigmatizado.

Y está claro que para hacer comprender la urgencia de que aceptemos, entendamos y proclamemos esta diversidad sin tapujos, en aras de una mayor felicidad y realización personal de cada individuo, no podemos asumir la defensa del derecho a la libre orientación sexual e identidad de género como una excentricidad ni una causa de unos pocos, a quienes luego les digamos “valientes” o no sé qué otros elogios desmesurados e impropios que muchos suelen con frecuencia deslizar en privado también, en la mayoría de las ocasiones con muy buena voluntad, pero en otras oportunidades con la falsa expectativa de que alguien haga por uno, lo que solo podemos hacer entre todos.

Porque seamos quienes seamos y ocupemos la posición social que ocupemos, debiéramos pensar que nuestro ejemplo personal al empoderarnos y manifestar libre, auténtica y respetuosamente nuestra condición de personas LGTB, con dignidad y sin complejos, podría contribuir a hacerles la vida más fácil a las generaciones futuras. En este sentido, para ir contra una opresiva Tebas de prejuicios y homofobia —manifiestos o sutiles— harían falta mucho más que siete guerreros frente a las puertas de tales vetustas, pero todavía colosales murallas.



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