El nuevo libro del doctor Jorge Pérez Ávila, Sida: nuevas confesiones a un médico, cuya primera presentación será este fin de semana en el Sábado del libro, me produjo tal efecto, que ya casi transcurrió un mes desde su lectura y no obstante a tener la primicia, gracias al gesto de su autor al obsequiármelo, no me atreví a escribir nada hasta ahora.
Debo empezar, pues, con una disculpa formal ante el doctor Jorge, actual director del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, a quien tanto respeto y estimo. Mi demora no obedece —como comenté en broma a propósito de la reseña que publicó Alina Perera en Juventud Rebelde— a pereza o falta de motivación, sino todo lo contrario.
Atribuyo esta tardanza al hecho de que, como paciente de sida, es tanto el nivel de implicación con el tema, que tal vez yo necesitara más tiempo para procesar este texto y lograr el suficiente distanciamiento que me permitiera contarles a ustedes algunas de mis impresiones sobre esta primera edición a cargo de la Casa Editora Abril.
Lo primero que debo decir entonces es que hablamos de un libro duro, muy duro; que para algunos quizás resultará demasiado descarnado y hasta escandaloso. Ya mis colegas anunciaron que el doctor reunió —como en el volumen precedente Sida: confesiones a un médico— historias reales de personas con VIH y los testimonios de sus familiares o amigos, donde estos últimos son, precisamente, el centro del interés en esta nueva entrega.
Les confieso que hay pasajes de sus más de 300 páginas que todavía trato de descifrar, no en cuanto a su valor testimonial —el libro, lamentablemente, no tuvo una edición que le hiciera justicia, y adolece de imperdonables descuidos como errores ortográficos, de puntuación y hasta de redacción, que lo deslucen aunque no restan un ápice de mérito a su contenido, lo cual seguramente tendrá solución en próximas tiradas—, sino en relación con el modo en que debiéramos actuar o no las personas seropositivas ante determinadas situaciones personales pasadas, presentes y futuras. La recomendación de que “no duden en decirles el diagnóstico a sus hijos”, por ejemplo, la tengo subrayada con marcador y no sé todavía qué hacer con ella.
Lo diverso, lo imprevisible, lo caprichoso y hasta lo inconcebible alrededor de la sexualidad humana que emerge a partir de esta epidemia, aparece a lo largo de sus 25 capítulos mediante historias dramáticas, tragicómicas e incluso absurdas, donde los protagonistas, en medio de la eterna búsqueda del amor, sufren indistintamente de las terribles consecuencias de la incomunicación, la traición, la infidelidad, el desorden emocional, la homofobia, la prostitución masculina y femenina, la discriminación familiar y laboral, entre otras muchas actitudes, conductas y sentimientos encontrados.
Nos presenta, además, sin demasiados sermones moralizantes, con prudencia, buen tino y respeto, no pocas situaciones que para muchos resultarán cuando menos polémicas, acerca de las parejas serodiscordantes, el derecho a la maternidad de las mujeres con VIH, o las relaciones entre un profesor y un alumno adolescente, entre un médico y un paciente; y hasta pasajes casi hilarantes acerca de los extremos a que pueden llegar algunas individuos en sus prejuicios o desconocimiento, como aquel donde narra la ocurrencia hace años de un sacrificio masivo de carneros por vecinos del sanatorio de Santiago de las Vegas —cuando el doctor Jorge era su director—, quienes creyeron una fantástica patraña acerca de los supuestos actos de zoofilia de sus moradores; o el de algunas personas que han pretendido y hasta clamado y reclamado tener el VIH, sin padecerlo.
Es un volumen además repleto de revelaciones, hechos inéditos o muy poco conocidos. Me enteré, por ejemplo, de que la primera niña nacida con infección por VIH/sida, en 1986, sigue viva y con tratamiento, a sus 24 años; o de cómo un padre emigrado en Cayo Hueso no solamente ayudó a su hija, sino también a otros pacientes, al enviar sistemáticamente a Cuba medicamentos antirretrovirales, antes de que el país los fabricara a partir del 2003 y pudiera garantizarnos su cobertura gratuita al 100% de quienes los requerimos.
Aclara, incluso, temores infundados, al explicar que en 25 años hubo un solo caso de un trabajador de la salud que contrajo el virus por su trabajo —una enfermera que manipuló mal a un paciente de sida durante un tratamiento de hemodiálisis—, así como otras anécdotas que hicieron furor en el pasado, como aquellos rumores de finales de los 90 sobre unos presuntos portadores del VIH que asaltaban con jeringuillas para amenazar a sus víctimas con el contagio y poder robarles, asunto policial que el doctor Jorge Pérez esclarece de forma terminante.
Pude repasar igualmente con mayor detenimiento varios fragmentos que conocía con antelación, ya fuera por las lecturas públicas o a través de la apasionada explicación del propio profesor Jorge Pérez, cuando coincidimos en Santiago de Cuba durante la IV Jornada Cubana contra la Homofobia, como el decálogo del homosexual, el relato que vincula al sida con la religión, o la anécdota sobre la camiseta con un lema homofóbico que en cierta ocasión le propuso un amigo del doctor, y la ocurrente y categórica respuesta que él le dio, porque también para Jorge la homofobia —y lo cito, porque explica muy bien lo que yo trato de transmitir y aunque sea mínimamente ayudar a revertir desde esta bitácora— constituye “un tema que divide a nuestra población, es algo complejo que tardará muchos años en resolverse”.
El doctor lanza además inquietantes preguntas y agudas críticas sobre lo que hace el sistema de salud pública y cómo lo hace, para intentar controlar el aumento de los casos en el país. Aborda la descentralización de la atención primaria, los avances y las insuficiencias en la superación de los prejuicios y estigmas en relación con esta enfermedad, y lanza una alerta muy fuerte frente al incremento de los pacientes con un diagnóstico tardío y su alta mortalidad, así como las implicaciones que ello debiera conllevar a la hora de juzgar y medir la efectividad o no del trabajo preventivo y las posibles limitantes o fallas en las actuales campañas educativas de promoción de salud sexual.
El libro incluye, de modo adicional, una valiosa y actualizada información estadística —bien dosificada e inteligentemente insertada en cada uno de sus relatos— que comprende desde el inicio de la pandemia en el país hasta agosto del 2010, la cual abarca casi todo: el número de pacientes que reciben tratamiento —ya sea con genéricos cubanos o de los adquiridos a través del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis—, los resultados de encuestas anónimas que exploran el porcentaje que pudiera existir en Cuba de hombres que tienen sexo con hombres (HSH), el ritmo de crecimiento anual del número de casos y los índices de supervivencia durante la última década, y la complejidad de la epidemia en la capital, donde vivimos más de 5 mil personas con la infección, el 53% de los seropositivos diagnosticados. Por no dejarme de sorprender, me desayuné hasta de cuánto cuestan mis análisis periódicos de CD4 y de carga viral, así como el tratamiento anual que recibo.
A los interesados, les hago además la confidencia de que —según me informó Jorge Pérez— si van el próximo 20 de agosto a este primer lanzamiento de Sida: nuevas confesiones a un médico, que tendrá lugar en la Plaza de Armas, en la Habana Vieja, a las once de la mañana, podrán obtener el libro GRATIS.
Para quienes no puedan ir al Sábado del Libro, también el 7 de septiembre, a las cuatro de la tarde, habrá una segunda presentación en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Mi ejemplar —con una cariñosa dedicatoria del profe— por el momento ni me lo pidan, porque hay cola en la familia para leerlo. Y como hice con el anterior libro del doctor, se lo prestaré en primer lugar a la madre mi hijo.